Real Fábrica de Loza Fina y porcelana de l’Alcora
Corría el año 1727 cuando Buenaventura Pedro de Alcántara Ximénez de Urrea y Abarca de Bolea, IX conde de Aranda, concibió un sueño ambicioso: transformar la tradición alfarera de l’Alcora en un referente europeo capaz de rivalizar con Sèvres, Limoges o Meissen.
En esta localidad castellonense, rica en arcillas de excelente calidad, agua abundante y madera suficiente para alimentar sus hornos, el conde halló el lugar perfecto para levantar su Real Fábrica de Loza Fina y Porcelana. Además, la cercanía al puerto de Castellón ofrecía una vía natural de exportación para difundir aquellas piezas por todo el continente. La población, con una veintena de hornos activos y manos expertas en el barro, ofrecía el caldo de cultivo ideal para la empresa.


Desde sus inicios, la fábrica sorprendió por su carácter moderno. Incorporó a su plantilla técnicos y artistas franceses e italianos, deseosos de aplicar en España las técnicas cerámicas más avanzadas de Europa. Los aprendices recibían formación reglada para dominar cada etapa del proceso productivo, en un modelo pionero de organización fabril que regulaba la calidad, la venta y la propia jerarquía de los oficios. La red comercial de la Real Fábrica se extendió con rapidez a ciudades como Madrid, Zaragoza, Barcelona, Valencia, Alicante o Cádiz, multiplicando el prestigio de sus vajillas y figuras decorativas.
A lo largo de más de un siglo, la fábrica atravesó etapas muy diversas. En un primer periodo, bajo la tutela directa del conde de Aranda, se centró en la loza fina inspirada en el estilo francés, con la vista puesta en la elegancia de Moustiers y Marsella.
Más tarde, con Pedro Pablo Abarca de Bolea, hijo del fundador, la factoría apostó por la porcelana y envió a sus propios artistas a París para aprender de los mejores. Aquella aventura obligó a importar caolín de Limoges, lo que elevó costes, pero afianzó la calidad y el prestigio de sus piezas.
En el tercer periodo, ya bajo la gestión de los duques de Híjar, se intentó reducir gastos para resistir la competencia exterior, aunque la pujanza de otras manufacturas y la subida de precios acabaron marcando el declive de la fábrica, que cerró en 1858. Parte de las instalaciones, no obstante, mantuvo actividad hasta bien entrado el siglo XX.
Los hornos de l’Alcora produjeron un repertorio espléndido de loza y porcelana: vajillas, fuentes, objetos de lujo y figuras decorativas que reflejaban tanto la influencia francesa como un estilo propio, fácilmente reconocible por la calidad de sus dibujos y su esmalte. Desde 1785, las piezas comenzaron a firmarse con una “A” bajo barniz, o en dorado cuando se trataba de encargos excepcionales. Este sello se convirtió en garantía de distinción y sinónimo de excelencia.

Real Fábrica de l’Alcora
L’Alcora impulsó la innovación hacia la cerámica moderna
La Real Fábrica de l’Alcora no solo impulsó una nueva forma de entender la cerámica, sino que anticipó el paso del taller artesanal a la organización industrial moderna. Su estructura fabril y la formación de aprendices convirtieron el oficio en una auténtica escuela de innovación. Gracias a esta visión ilustrada, sus obras viajaron por Europa y terminaron en museos y colecciones que hoy las siguen protegiendo como tesoros del patrimonio común.
De hecho, la fábrica marcó el nacimiento del sector azulejero de Castellón y sentó las bases de una tradición que sigue viva en el presente. Hoy, la Real Fábrica goza de la declaración de Bien de Interés Cultural, un reconocimiento que la vincula al orgullo local y nacional. El complejo llegó a emplear a cientos de personas y ofrecía, incluso, servicios de asistencia para sus trabajadores, algo sorprendente en una época sin apenas legislación social.
El Museo de Cerámica de l’Alcora mantiene vivo este legado, custodiando piezas, documentos y relatos que permiten reconstruir una historia apasionante. Así, la memoria de la Real Fábrica sigue latiendo, recordando a cada visitante que en el barro, el fuego y la paciencia se escondía también un proyecto de futuro, capaz de convertir la tierra más humilde en arte.
* Existen referencias en portales oficiales de la Generalitat Valenciana sobre el Museu de Ceràmica de l’Alcora, aunque su información no siempre está actualizada.