La Manufactura de Vincennes, antecesora de la Manufacture nationale de Sèvres, nació con Luis XV como padrino y Madame de Pompadour como madrina. Además de amar las artes, (que es a lo que se dedican quienes no trabajan, pero tienen posibles) la pareja aspiraba a competir e igualar a Meissen, la alemana que estaba haciéndose con el mercado de la porcelana en Europa.
Así nació Sèvres, una fábrica que convirtió el arte de la porcelana en una declaración de Estado. En 1756 la fábrica, donde los hermanos Gilles y Robert Dubois, procedentes de Chantilly, experimentaron su arte, se trasladó. Allí, a instancias de Madame de Pompadour, se levantó la fábrica bajo la protección absoluta, como todo lo relativo a la realeza de la época, del trono francés.
El complejo arquitectónico que alberga la fábrica merece una mención especial. Fue diseñado por Laurent Lindet y responde perfectamente a la etapa ilustrada que vive Europa. Las instalaciones disponían de todo lo necesario para controlar al máximo cada etapa del proceso: talleres, hornos, almacenes, estudios de pintura y salas para escultores, doradores o modeladores. Esta organización facilitó un control riguroso de la producción y la especialización de los artesanos ya que cada pieza era trabajada por expertos, desde modeladores y escultores hasta pintores y doradores.

El sector público se hace cargo
En 1759, la Corona francesa compró la fábrica. Convertida en Manufactura Real de Sèvres, recibió todo el respaldo de la corte y se transformó en una herramienta política y cultural. Aquí no solo se fabricaban tazas o jarrones: se definía el gusto de una época con el apoyo económico y artístico de la corte francesa.
Los artesanos de Sèvres perfeccionaron la porcelana blanda y, más tarde, dominaron la de pasta dura. De hecho, el nuevo centro fue pionero al adoptar la porcelana dura tras descubrirse el caolín en Limoges, haciendo sus piezas no solo bellas sino también muy resistentes. Las primeras piezas de porcelana dura se comercializaron a partir de 1770.

De Sèvres salieron decoraciones minuciosas, colores intensos y detalles dorados inéditos en el resto de las cortes europeas hacia las mesas más lujosas.
Eran piezas extraordinarias para la época: tazas que parecen joyas, jarrones fulgurantes, esculturas recubiertas de dorados y colores inventados en exclusivos laboratorios, como el mítico azul Sèvres o el rosa Pompadour. Cada nueva invención cromática era guardada como un secreto de Estado.
A lo largo de los siglos, la manufactura ha sido conocida, sucesivamente, como real, imperial y nacional, adaptándose a los cambios políticos de Francia. En el siglo XXI, Sèvres sigue activa y combina su tradición artesanal con la innovación estética que ofrece su porcelana y contando con la valiosa colaboración de artistas contemporáneos.
En el año 2010, la manufactura se integró, junto con el Museo Nacional de Cerámica de Sèvres, en la entidad “Sèvres – Ciudad de la cerámica”, reforzando su papel como centro de excelencia y conservación del patrimonio cerámico francés.