Royal Copenhagen, dos siglos de elegancia danesa

Hay tazas que se usan. Hay otras que se admiran. Algunas se heredan, se coleccionan o se reservan para los días en que el café merece más que una taza cualquiera. En el caso de Royal Copenhagen, eso no es casualidad, es una historia de diseño, artesanía y elegancia que lleva más de dos siglos perfeccionándose.

La Real Fábrica de Porcelana de Dinamarca es mucho más que una simple manufactura; es, en cierto modo, un relato vivo que ha tejido, desde 1775, la fascinación europea por esa delicada materia prima que llamamos porcelana. Royal Copenhagen, como se conoce en el mundo, se levantó en un momento en que la porcelana era el objeto de deseo de reyes, nobles e incluso científicos obsesionados por desentrañar su composición secreta.

La idea de una fábrica danesa surgió de Frantz Heinrich Müller, un químico que consiguió el apoyo y el privilegio real para investigar la composición de la porcelana, un secreto todavía en poder de China. Era una tarea casi alquímica, pero Dinamarca no quería perder el tren que ya habían tomado Sajonia, Meissen o Francia y la reina Juliana María se había comprometido a convertir su nación en una de las más ricas. Vio cómo la porcelana deslumbraba mesas y vitrinas, y decidió apoyar este taller inicial.

Así, el químico Müller obtuvo el privilegio de monopolio durante 50 años para producir porcelana. Su objetivo era muy ambicioso, centrado en crear porcelana capaz de competir con el resto de Europa y, al tiempo, fortalecer la economía danesa mediante productos de lujo destinados a la aristocracia y a la exportación.

Está porcelana se destinó a la realeza y las primeras creaciones fueron servicios de comedor para la familia real. Por supuesto, la principal inspiración vino de la porcelana china, tan apreciada en la Europa del siglo XVIII y la decoración fue de motivos azul cobalto sobre porcelana blanca y pintado a mano, creando un patrón conocido como «Blue Fluted». Cada pieza se marca con el sello exclusivo de la fábrica: tres líneas onduladas que representan los tres estrechos de su territorio: el Oresund (o Sound), el Gran Belt y el Pequeño Belt

Flora Danica o la porcelana como obra de arte

En 1790, la Casa Real Danesa quiso hacer un regalo extraordinario a la emperatriz Catalina II de Rusia, Catalina la Grande. Así nació una de las colecciones de porcelana más legendarias de Europa: Flora Danica, que tardó dieciocho años en completarse. Sin embargo, la emperatriz no llegó a recibirla porque, desgraciadamente, falleció antes de que estuviese lista. Por ello, continúa en posesión de la familia real danesa y se ha convertido en un tesoro nacional.

La decoración de estas piezas toma como referencia el gran tratado de botánica del mismo nombre, una obra enciclopédica clásica de la Ilustración, que recoge las características de todas las plantas silvestres de Dinamarca hacia 1874. La obra cuenta con 51 partes y 3.240 planchas grabadas en cobre, que reproducen con un minucioso detalle la flora de Dinamarca. Hoy día, Flora Danica continúa produciéndose por encargo y cada una de sus piezas es una obra de arte pintada a mano alzada.

Flora danica, decoración de la porcelana danesa más emblemática
MariuszChruscinski, CC BY-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0, via Wikimedia Commons

Aunque las vajillas siguen siendo su producto estrella, Royal Copenhagen también ha creado figuras decorativas, floreros, jarrones y ediciones limitadas que son auténticas piezas de colección. Todas ellas conservan algo en común: la atención al detalle, el trabajo manual y el respeto por una herencia que no se ha diluido con el tiempo.

Presente y futuro de la porcelana danesa

Hoy, más de 200 años después de su fundación, Royal Copenhagen sigue siendo un referente mundial de la porcelana de lujo. Cada taza, cada plato y cada figura se pinta y decora a mano, manteniendo viva una tradición artesanal que combina precisión, belleza y durabilidad.

La marca no es solo una empresa de diseño: forma parte de la identidad cultural danesa. Sus piezas están presentes en hogares, en mesas de gala, en museos y en vitrinas que no se abren todos los días. Porque el valor de una taza también está en lo que representa.