La fábrica Pickman que reinventó la cerámica andaluza
Charles Pickman, comerciante británico nacido en Liverpool, desembarcó en Andalucía en 1822 movido por un asunto familiar: la muerte de su hermano William quien, desde 1810, había establecido un próspero negocio de venta de loza y cristalería extranjera en la ciudad de Cádiz. A la temprana desaparición de William, Charles asumió la responsabilidad de continuar con aquel comercio, primero instalándose en Cádiz para afianzar la clientela y, poco después, trasladándose a Sevilla, donde abrió una tienda en la calle Gallegos.
El objetivo de su viaje fue, ante todo, mantener vivo el negocio familiar aprovechando la creciente demanda de loza inglesa en el mercado español de la época. Su llegada, en 1822, respondió al impulso de preservar el legado comercial de su hermano, manteniendo el abastecimiento de vajillas y cristalería que ya fascinaba a la clientela andaluza.
En los años posteriores, la buena acogida de su tienda y el crecimiento constante de la demanda despertaron en Pickman la ambición de producir directamente, en Sevilla, las piezas de loza fina que tanto costaba importar desde Inglaterra. Las trabas arancelarias y el alto coste del transporte reforzaron su decisión de establecer un taller propio.
La oportunidad definitiva llegó con la desamortización de Mendizábal, que liberó del control eclesiástico el antiguo Monasterio Cartujo de Santa María de las Cuevas, un enclave imponente junto al río, cargado de historia y perfectamente situado para convertirse en centro fabril.
Pickman adquirió el monasterio en 1841, transformándolo en el corazón de su empresa y adaptando sus estancias para albergar hornos, almacenes y talleres. Así nació la fábrica de porcelana de la Cartuja de Sevilla, donde la tradición artesanal y el espíritu industrial se abrazaron para crear un modelo pionero que cambiaría el destino de la cerámica española.


La revolución industrial en Sevilla
La implantación de la Cartuja de Sevilla supuso una auténtica revolución en el panorama cerámico nacional. En 1841 comenzó la actividad y llegaron 56 maestros británicos que conocían la producción industrial de la cerámica. A los diez años se habían marchado porque los alumnos sevillanos se habían convertido ya en maestros. Además, Pickman no se limitó a copiar técnicas inglesas, sino que las mejoró, importando maquinaria moderna y materias primas como el caolín.
En pocos años, la fábrica contaba con una plantilla de más de quinientos operarios y una red de hornos imponente, capaces de producir vajillas estampadas, lozas blancas de pedernal, piezas pintadas y decoradas con calco, así como la apreciada loza china opaca.
Las antiguas naves monásticas se transformaron en un conjunto fabril armonioso, donde destacaban los hornos-botella, convertidos hoy en un símbolo patrimonial de la Sevilla industrial. Las piezas de Pickman comenzaron a recorrer Europa, cosechando premios en certámenes internacionales como las exposiciones universales de Londres, en 1862, o París, en 1878. Su prestigio alcanzó tal dimensión que, en 1871, el rey Amadeo I de Saboya concedió a la fábrica el título de proveedora oficial de la Casa Real, distinción que la situó definitivamente en la élite de la producción artística europea.
A finales del siglo XIX, la empresa se reorganizó como sociedad anónima, logrando sostener la fusión de tradición e innovación a lo largo del tiempo. Modelos icónicos como la serie Negro Vistas o la vajilla 202 Rosa siguen elaborándose desde entonces, conservando la elegancia británica que enamoró a la burguesía y combinándola con la riqueza ornamental andaluza.
La trayectoria de la Cartuja de Sevilla no ha estado exenta de dificultades. Durante el siglo XX y también en el XXI, la empresa afrontó etapas de inestabilidad y cambios de propiedad, que obligaron a replantear su modelo de negocio. A pesar de ello, se ha mantenido la producción en Salteras, con el esfuerzo de conservar parte de su actividad y atender tanto la demanda nacional como algunos mercados exteriores.
Mientras tanto, el antiguo monasterio que albergó durante más de un siglo la actividad fabril ha sido restaurado y transformado en espacio cultural, preservando parte de la memoria industrial de Sevilla.